Introducción

  Ningún descubrimento científico, ninguna aportación artística o social, ninguna conclusión importante podrá tener la dimensión que se merece si no está expuesta de una manera adecuada.

El secreto está en saber redactar bien nuestros argumentos.

Redactar, en su sentido más general, equivale a ordenar. Cabe señalar desde ahora que la herramienta que utilizamos para organizar nuestros pensamientos es la lógica. Una vez ordenadas nuestras ideas, las debemos transmitir de acuerdo al sistema que tenemos para comunicarnos con los demás y, para hacerlo eficazmente, nos sujetamos a las normas gramaticales y ortográficas. En otras palabras: nos servimos de la lengua como instrumento.

De este modo, la lógica y la gramática son los medios de los que nos valemos para hacer inteligibles nuestros pensamientos de la idea al papel. La redacción implica una dinámica que traslada nuestros pensamientos de la abstracción pura a la palabra escrita.

Aunque todos, de una forma u otra, hemos tenido que redactar alguna vez, esto no siempre es tarea fácil. Si queremos redactar con precisión y buen estilo, tenemos que hacernos de toda una disciplina, un hábito de trabajo, de pensamiento y de preparación constante.

Para redactar decorosamente no hay fórmulas mágicas ni recursos maravillosos; existe el trabajo paciente, permanente, de leer y escribir.

En este sentido escribir es como conducir un auto: se aprende conduciendo, se aprende escribiendo; podemos agregar que también se aprende leyendo. Estos hábitos nos permitirán lograr un estilo adecuado.


   

 Bibliografía