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Fíjate muy
bien cómo el autor ha colocado este signo gráfico a lo
largo del texto:
Como puede apreciarse
existe al análisis que realiza Booth sobre el pasaje de Julio
César un énfasis puesto en la intencionalidad del autor
y la reacción del público (que en nuestro caso ya no es
"espectador" de la tragedia sino "lector" de la
misma). Veamos más detenidamente el pasaje para un análisis
textual de la ironía con los elementos que hemos propuesto.
Julio César
se escribe al rededor de 1607 (aunque se publica en 1623), cuando el
autor tenía 43 años y estaba en la madurez de su producción;
después de El rey Lear y Macbeth.
Aquí tienes
otro breve ejemplo:
Se
apartó de un salto y trató de calmarse contando hasta
cien, pero Lazcano creyó que se había roto el hielo, y
miestras terminaba de aceitar la Remington la sometió a un interrogatorio
galante. A todas sus preguntas (edad, lugar de origen, proyectos para
el futuro) Eufemia respondió con árida economía
verbal.
"Eufemia"
Enrique Serna
Lee el siguiente fragmento:
Para media tarde
ya tenía siete ovillos de buen tamaño y, después
de la comida, se daba a la tarea de bordar con ellos sobre un paño
blanco mientras su musgoso gato, que se llamaba Yusky (todas las brujas
tienen un gato) se frotaba contra sus piernas con un crujido de hojarasca,
o jugando a atrapar las madejas de luz que la bruja dejaba rodar por
el suelo. Debo decirte que Yusky era un gato único en el mundo
porque estaba hecho de copos de algodón silvestre y de esas flores
que apenas les soplas se deshacen en el aire y que algunos llaman dientes
de león, ese gato, por cierto, tenía su propia historia,
que en realidad era muy sencilla: una tarde en que Evelena se sentía
algo sola, se fue a pasear por esa vereda que atraviesa todos los bosques
y que tiene la virtud de llevarte siempre de nuevo a casa; a lo largo
del camino iba recogiendo por entre la maleza los copos de algodón
que brotaban por aquí y por allá y, de cuando en cuando,
cortaba un diente de león y se lo echaba en las profundas bolsas
de su vestido, donde según decían podía caber un
circo con todo y trapecistas, y en un lugar que le pareció apropiado
hizo un montón de aquellas tersuras blancas y grises. Se soltó
el pelo, como hacía cada vez que fabricaba un conjuro y, usando
uno de sus encantos preferidos, le puso ese pedacito de su alma que
gustaba de tenderse al sol y dormir junto al fuego de la chimenea. En
cuanto sintió la cosquilla de la vida corriendo por su cuerpo,
el montón de pelusas se incorporó perezosamente, estirándose
con calma bostezó y, meneando la cola, ronroneó agradecido.
Desde ese día no se separaba ni un segundo de su inventora.
Pero hablábamos de las tardes en que se la
pasaba hilando colores. Cuando el bordado de Evelena enrojecía
con la luz del ocaso, de ese lienzo salía un pájaro de
colores maravillosos y comenzaba a agitarse queriendo escapar, apenas
la bruja terminaba los últimos detalles del pico y las patas
(que son las partes más difíciles) volaba por la ventana
llenando el bosque con un gorjeo recién descubierto.
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